
1. Soñamos despiertos.
Cuando éramos niños nos acostumbramos a
defendernos del dolor y el sufrimiento, utilizando
nuestra mente practicando controles imaginarios, y así nos creábamos fantasías
reconfortantes de seguridad y tranquilidad, o dejábamos volar nuestra imaginación
viviendo historias que calmaban o eliminaban las emociones que nos causaban
problemas.
Muchos de nosotros,
seguimos utilizando nuestra mente de este modo y cuando algo nos resulta
amenazante, en vez de afrontarlo, a veces, nos refugiamos en sueños adormecedores
que de momento calman nuestra ansiedad y nuestro miedo, pero a la larga nos
crean un grave problema. Cuando éramos niños tenía su explicación porque nos
sentíamos y éramos indefensos, pero de adultos .... esa excusa ya no nos vale;
lo acertado y positivo es sentir la
emoción a fondo en vez de bloquearla.
2.
Citamos datos.
“Dicen...” “He leído...” “Las estadísticas
demuestran...” “Es evidente que...” “Fulano de tal dice...” Datos y más datos; los datos pueden ser de mucha utilidad, pero para el caso que nos ocupa, puede ser más útil, fijarse en las emociones para identificarlas y obtener de ellas información sobre nuestro estado emocional. .Hace trescientos cincuenta años el filósofo y
matemático Descartes pronunció las famosas palabras que se han convertido en
una no menos famosa frase: “Pienso, luego existo”. Aunque nunca negó la importancia de las
emociones, su afirmación catapultó al pensamiento al más alto grado y relegó a
la emoción a una posición secundaria.
Actualmente, tanto las personas del común, como los profesionales, reconcen la importancia y utilidad de las emociones para la vida cotidiana, y para el binestar de las personas en general.
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