
Poseer
conciencia emocional, en un primer momento, es reconocer nuestras emociones y
sus efectos, por eso las personas dotadas con esta competencia:
1. Saben qué emociones están sintiendo y porqué las sienten.
2. Comprenden los vínculos existentes entre sus sentimientos, sus pensamientos, sus palabras y sus acciones.
3. Conocen el modo en que sus sentimientos influyen sobre su rendimiento.
4. Tienen un conocimiento básico de sus valores y sus objetivos.
Richard Boyatzis define la
conciencia de sí mismo como: “la capacidad de permanecer atentos, de
reconocer los indicadores y sutiles señales internas que nos permiten saber lo
que estamos sintiendo y de saber utilizarlas como guía que nos informa de
continuo acerca del modo como estamos
haciendo las cosas”.
La conciencia emocional comienza estableciendo contacto con el cúmulo de sentimientos que continuamente nos acompañan y reconociendo que estas emociones tiñen todo lo que percibimos, pensamos y hacemos de un modo que nos permite comprender la manera en que nuestros sentimientos afectan también a los demás.
La conciencia emocional por lo tanto comienza por esforzarnos en reconocer qué sentimientos son los que estamos sintiendo en un determinado momento, comienza por alumbrar nuestro interior para buscar dentro de nosotros las emociones que en ese momento nos asaltan, y por este acto de alumbrarnos interiormente nos facultamos para preguntarnos “¿Qué estoy sintiendo aquí y ahora, en este preciso momento?” ¿Qué sentimiento es el que está brincando dentro de mí y tratando de abrirse paso? ¿Cómo se llama este sentimiento? ¿Es miedo, rabia, ira, tristeza, afecto, vergüenza, culpa...? Es rabia, pero ¿qué es lo que hay debajo sustentando este sentimiento de rabia? ¿Quizás sea que me siento débil o vulnerable?
Pero reconocer nuestros sentimientos no solamente consiste en ponerles nombre, implica algo más y más avanzado. Alcanzar conciencia emocional y luego rechazar lo que descubrimos es como realizar ejercicio físico en el gimnasio para perder peso con una hamburguesa doble de queso en una mano y en la otra un cigarrillo. Nuestro progreso como personas se estancaría mucho antes de que nos hiciéramos dueños de nosotros mismos.
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