Esa capacidad,
que nos permite saber lo que sienten los demás, afecta a una amplia gama de actividades de nuestra vida que se
desarrolla en las relaciones con los demás, los padres con sus hijos, el
maestro con el alumno, el amigo con el amigo, el jefe con el subordinado, el
proveedor con sus clientes, el novio con su novia, etc.; podríamos decir que no
hay una relación entre dos personas que no sea susceptible de aparecer la
empatía.
Ya sabemos por
la comunicación que no es frecuente que
las personas formulen verbalmente sus emociones pues éstas se expresan mejor a
través del lenguaje no verbal. La clave, pues,
que nos permite acceder a las emociones de los demás radica en la
capacidad para captar los mensajes no verbales que antes hemos descrito.
Tenemos que reconocer que, en este sentido, las mujeres nos suelen superar a
los hombres A diferencia de la mente racional, que se comunica a través de las
palabras, las emociones lo hacen de un modo no verbal. De hecho, una regla
general utilizada en las investigaciones sobre la comunicación afirma que más
del 90 % de los mensajes emocionales es de naturaleza no verbal (los tonos de
voz, la brusquedad de un gesto, la expresión del rostro, etc.)
Si nos
preguntamos por las raíces de la empatía
hay muchos estudios y experimentos donde claramente vemos que se
remontan a nuestra más tierna infancia. Vemos a un niño en la guardería que se
cae al suelo y rompe en llanto, con un añito escaso de edad; una niña que lo
está observando, de similar edad, empieza a llorar también; un niño de dos añitos le da su juguete a su
amiguito para que deje de llorar, como este no cesa en su llanto, el otro va y
le abraza cariñosamente arropándole con sus bracitos. Son escenas diarias de
cualquier guardería. Prácticamente desde el mismo momento del nacimiento, los
bebés se muestran afectados cuando oyen el llanto de otro niño, una reacción
que algunos han considerado como el primer antecedente de la empatía.
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